El obispo de Londres, Richard Chartres, consideró este domingo "sensatas" las medidas legales en curso para obligar a desalojar la zona a los manifestantes que acampan desde el 15 de octubre en las inmediaciones de la catedral de San Pablo.
Tanto Chartres como el deán del templo, Graeme Knowles, se reunieron este domingo por la mañana con los manifestantes que protestan por los excesos del sistema financiero.
Los dos clérigos mantuvieron un encuentro al aire libre, al lado de San Pablo, en plena "City" de la capital con miembros del movimiento 'Occupy London', en el que los religiosos pidieron a los activistas que abandonen el lugar, en el que están instaladas unas 200 tiendas de campaña.
Además, los clérigos intercambiaron impresiones con los miembros de la acampada con relación a sus inquietudes sobre los excesos cometidos por los bancos.
En su intervención, el obispo de Londres dijo que "comparte" muchas de sus preocupaciones relativas a la "codicia corporativa" y subrayó que "no sirven de nada los enfrentamientos violentos".
Desalojo sin violencia
No obstante, el obispo respaldó la adopción de medidas legales, al considerarlas "prudentes", por las que han optado las autoridades municipales de la "City" para obligar a los activistas a marcharse, un proceso que podría alargarse durante meses, de acuerdo con la BBC. Según este clérigo, "nadie quiere ver escenas de violencia" y esas medidas son "prudentes".
El pasado jueves, el comité de planificación y transporte del área financiera de la capital ("The City Of London Corporation") votó a favor de recurrir a un tribunal para forzar a los activistas a desmontar la acampada y retirarse del patio de la catedral.
"He hablado con la policía y no hay ninguna necesidad de que haya enfrentamientos violentos", afirmó este domingo el clérigo.
El templo reabrió sus servicios al público el pasado viernes después de haber permanecido cerrado, por primera vez desde la II Guerra Mundial, durante una semana por motivos de seguridad relacionados con la acampada.
El pasado jueves, el canónigo de la catedral de San Pablo, Giles Fraser, quien había mostrado simpatías hacia la causa de los indignados, dimitió por discrepancias en la forma de gestionar la protesta.
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