Sarah Morris Corresponsal británica en España
OPINIÓN

El tren europeo

Primer viaje en Alemania de un tren eléctrico que funciona con baterías
Primer viaje en Alemania de un tren eléctrico que funciona con baterías
Europa Press/Archivo
Primer viaje en Alemania de un tren eléctrico que funciona con baterías

En febrero 1998 cogí un tren de noche en Cottbus, al este de Alemania, y viajé toda la noche hasta Cracovia, en Polonia. Fue idea de un amigo norteamericano, que nos convenció a mí, a un amigo francés y otra amiga británica de que así ahorraríamos una noche de hotel y llegaríamos con todo el día por delante para visitar las zonas históricas de la ciudad polaca.

El plan se torció porque las camas confortables del tren que Steve nos prometió no eran tales y tampoco funcionaba la calefacción. Además, apenas había donde sentarnos porque coincidimos con el final de un servicio militar. En cada parada en Polonia subían al tren más y más hombres jóvenes y borrachos. Llegamos helados y hechos polvos a Cracovia; yo encima sin el pasaporte porque alguien me lo había quitado en el caos del tren.

Sin embargo recuerdo aquel viaje de hace más de 20 años con cariño. Los cuatro estábamos trabajando como asistentes de idiomas en institutos alemanes y fue una escapada durante las vacaciones escolares. También visitamos la República Checa. Los ideales, los valores y los beneficios de la Unión Europea no eran mera retórica: los vivimos de forma tangible.

Los programas de la Unión, fomentando la libre circulación de personas, nos habían llevado a trabajar a más de mil kilómetros desde nuestras casas, a una esquina de Europa cuya población deseaba practicar su inglés y francés con nativos, cosa prohibida antes de la caída del Muro de Berlín. La gente de Cottbus estaba entre los 18 millones de nuevos europeos que se incorporaron a la Comunidad Económica Europea con la reunificación de Alemania en 1990.

"Los ideales, los valores y los beneficios de la Unión Europea no eran mera retórica: los vivimos de forma tangible"

Nuestros compañeros profesores abrazaron todas las oportunidades que la Unión les brindó para mejorar profesionalmente y ofrecer oportunidades a sus alumnos. Nos invitaron a tertulias en los pubs, a excursiones a los pueblos de la zona, a kaffee y kuchen en sus casas. Además de dar clases en nuestros institutos, formamos parte del jurado de un campeonato de idiomas. Tal era el interés en los idiomas extranjeros en aquella ciudad de 120.000 personas que hasta terminé dando una clase a un grupo de ancianas que tenían planes de viajar.

La ilusión entre los Ossis (cómo se apodan los alemanes de la vieja República Democrática Alemana) era palpable y seis años más tarde la frontera que cruzamos en aquel tren, mostrando el pasaporte durante la noche, desapareció con la entrada en la UE de Polonia y otros socios del ex Unión Soviética; la ampliación más grande nunca de la UE. Entonces ya estaba trabajando de periodista en Bruselas.

Cuando tuvo lugar el referéndum del Brexit llevaba una década trabajando en España y aún más tiempo viviendo fuera de mis país de origen, siempre en otros países de la UE. El resultado de la votación ha hecho que los británicos como yo, que hemos implementado el principio de la libertad de movimiento, ya no tenemos papel ni derecho a opinar sobre las reformas necesarias que ahora se debaten en la Conferencia sobre el futuro de Europa.

Es una realidad triste teniendo en cuenta que el Brexit fue votado por un 37% del electorado, un cuarto de la población y con un millón de británicos que vivimos en otros países fuera del la UE sin derecho a votar

En una época de populismos y antieuropeísmo, tanto en el este de Europa cómo en países fundadores de la UE como es Francia, urge recuperar la ilusión y la participación política de todos los europeos. Mi propuesta concreta es asegurar que los que más vivimos la realidad de la libre circulación de las personas,  actualmente más de 14 millones de europeos viviendo en otro estado miembro, no pierdan su voto, el fundamento de la democracia. Ni deberían perderlo en su país (si quieren votar en las elecciones nacionales allí), ni en las elecciones europeas, cómo pasa en muchos países, dadas las trabas que existen

Y, después de cierto tiempo viviendo en otro estado miembro, pagando impuestos a ese país, alquileres, hipotecas, teniendo niños... los europeos en otro estado miembro deberían poder elegir a quien votar en las elecciones nacionales sin tener que gastar dinero para conseguir una nueva nacionalidad y sin tener que renunciar a su nacionalidad de origen. De momento, el tren de la movilidad europea muchas veces te lleva a que los más europeos entre todos sean ciudadanos de segunda. 

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