CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

Tras el 21D seguimos igual, pero peor

Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.

Ya no hay duda sobre la realidad del mapa político catalán. La han dibujado los ciudadanos en las urnas con una participación masiva: los independentistas le aguantan el pulso al Estado y a quienes, en nombre de ese Estado, pretendían dejarlos en minoría. Es lo malo de jugar a cara o cruz: que puede salir cruz. Ya le pasó al "bloque constitucionalista" de Mayor Oreja y Redondo Terreros en las elecciones vascas de 2001, cuando por primera vez se utilizó ese concepto: PP y PSOE salieron a ganar, aunque fuera por un escaño, y quedaron colgados de la brocha. A diferencia del 21D, donde el Partido Popular lo han borrado del mapa, el PP vasco logró un buen resultado, pero le valió de poco: los nacionalistas salieron reforzados y los constitucionalistas, desconcertados.

Aunque los independentistas no suben ni consiguen mayoría social, se han confirmado los riesgos que conlleva plantear una confrontación política en términos de bloques, actitud comprensible en quienes quieren romper la unidad pero impropia de quienes defienden la existencia de un todo; quien acepta los bloques, renuncia a la dialéctica de la unidad; quien habla de "ellos" y "nosotros" no puede pretender al mismo tiempo que "ellos" formen parte del "nosotros". Ese ha sido el mayor error de quienes respondieron a las emociones con emociones, a las banderas con banderas y a las ofensivas políticas con ofensivas legales, sin buscar un discurso integrador. El PP lo ha pagado caro, quedándose con tres insignificantes escaños. Ciudadanos ha hecho salir del armario a muchos votantes no nacionalistas, ha recolocado el voto de otros muchos y se ha convertido en referencia principal de la Cataluña no nacionalista, pero a efectos prácticos, al no lograr escaños suficientes para formar gobierno, su éxito solo sirve para certificar la división. Y para mirar de reojo al resto de España, claro, donde está pidiendo pista una nueva derecha que rasca votos en la izquierda, presume de no tener las mismas raíces que el PP y enarbola sus mismas banderas.

La izquierda que buscaba terceras vías o navegaba en aguas tibias tampoco ha salido airosa. Ha triunfado el discurso emocional, el que sostiene que fuera de España a los catalanes les iría mejor. Ni la marcha de las empresas, ni el declive económico ni el riesgo cierto de quedar fuera de la UE ha hecho mella en la fantasía independentista, avivada por el apresamiento de algunos de sus líderes, la marcha al extranjero de otros y la intervención de las instituciones autonómicas por parte del gobierno central.

¿Qué harán ahora quienes nos han llevado a esta situación? ¿Quien gestionará esta vuelta a la casilla de salida que, como en el juego de la oca, incluye la presencia de algunos jugadores en la cárcel? No tenemos ni idea y ellos, tampoco; como ocurría en el Pais Vasco en 2001, aquí ni dios tiene un plan B. ¿Será suficiente con seguir amarrándose al mástil de la Constitución? Para el partido que gobierna España, puede que sí, pero no por mucho tiempo: su política de pactos se complica, sus posibilidades de mejorar en unas elecciones generales disminuyen y difícilmente podrá sacudirse las responsabilidades de este desaguisado histórico. Las tiene y también tiene la responsabilidad de buscar una salida, al igual que los nuevos gobernantes catalanes, sean quienes sean. Además de formar gobierno, que no será fácil con las rivalidades internas y la CUP por medio, deberán dar respuesta a una sociedad partida en dos donde la mitad ha puesto pie en pared y ha dejado claro que no quiere romper con el Estado.

¿Serán capaces de resolver este problema los mismos que lo han creado? No lo sabemos. Pero sabemos que los problemas políticos se resuelven por vías democráticas. Además de aplicar la ley, hay que hacer política y para eso nunca es tarde. Porque no estamos en una nueva etapa: tras el 21D seguimos en la misma, pero en condiciones más difíciles para todos. Igual, pero peor.

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