IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

Por favor, no te interrumpas

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Un supermercado biológico acaba de abrir en mi barrio con esta frase en el escaparate: "Somos lo que comemos". Más allá, una librería anuncia: "Eres lo que lees". Puesto que cada cual intenta convencernos de que somos lo que ellos venden, la verdad debe de ser justamente lo contrario: somos aquello a lo que dedicamos nuestra atención.

Lo malo es que cada vez estamos más atentos a cómo distraernos. La nociva exigencia de la multitarea y el estar siempre conectado están convirtiendo la interrupción en nuestro modo de vida. A veces me resulta imposible entablar una conversación con mi hijo, sentado a medio metro de mí, porque habla en whatsapp con tres personas a la vez. Sin embargo, casi siempre que está fuera de casa logro contactar con él al instante. Las tecnologías de la comunicación son fabulosas para acercarnos a quien se encuentra lejos, pero también nos alejan de quienes tenemos cerca, como nos alertó Zygmunt Bauman.

Contactar no es lo mismo que conectar. Ese sutil engranaje con los demás que llamamos conexión es nuestro principal nutriente emocional, y lo estamos triturando sin motivo. Aunque hablemos como antes, aunque digamos las mismas frases, nuestras conversaciones suenan diferentes. Hay un diálogo jugoso, una historia que va deslizándose de un comensal a otro en la mesa de un restaurante. Como todas las conversaciones, tiene su arranque, su desarrollo, su clímax... Una conversación es la obra de ingeniería que los ingenieros nunca construirán, porque tiene cimientos y estructura pero es intangible. Se va levantando con el hablar y el escuchar sucediéndose con fluidez, a veces a trompicones también. El resultado es una pequeña obra colectiva inscrita en el aire cuidadosamente. Ya sea el recuerdo de unas vacaciones accidentadas o una discusión sobre la formación de Gobierno, en la experiencia extraordinaria de una conversación nos realizamos como seres sociales y alimentamos esa conexión con los nuestros. Cuando todos se levantan de la mesa, la obra fugaz no se desmorona. Todos la llevan consigo. Y como suele ocurrir con lo inmaterial, cuanta más gente se la reparte, a más tocan.

Pues bien, nada de eso sucede si al mismo tiempo hay un menudeo de miradas furtivas a los móviles. Las palabras se estancan, las frases se espesan, los hilos se pierden, cada vez que alguien se va a otra conversación. Alguien balbucea para aparentar que sigue ahí mientras contesta un mensaje -¡voy, voy, es sólo un segundo!-, pero la magia ya se fue al carajo. Se puede amar a mucha gente a la vez y no estar loco, como decía el bolero, pero sucesivamente. La conexión del alma no es multitarea.

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